Imagina una pequeña casa de pueblo mexicano, de techos inclinados con algunas tejas caidas y otras rotas, paredes de adobe desgastado con pátinas oscuras y visibles, rodeada de musgo, árboles altos y oscuros. La luz del atardecer se filtra entre las ramas, teñida de un cálido color ámbar que transforma el polvo en el aire en un remolino dorado. Una brisa suave acaricia una cortina vieja y remendada, que se mece a través de una ventana rota, En el patio trasero, una vieja bicicleta infantil, oxidada y cubierta de musgo, yace como un vestigio de un pasado olvidado. Detrás de un muro de piedra, hay un sauce llorón con ramas colgantes que casi tocan el suelo, creando una especie de santuario hay un columpio de soga amarrado al arbol con signos de desgaste por el pasos del tiempo. un perro viejo hechado en la puerta como con la vista perdida al horizonte como esperando a alguien y una persona de edad avanzada parada en la puerta.