En una noche oscura y tenebrosa, un grupo de brujas demoníacas se reúne en un cementerio antiguo, donde las lápidas cubiertas de musgo y el aire pesado de la muerte crean un ambiente escalofriante. Estas brujas, con piel pálida y rasgos angulosos, visten túnicas negras desgastadas, decoradas con huesos y plumas de cuervo. Sus ojos brillan con un resplandor sobrenatural, revelando una mezcla de malevolencia y poder. A su alrededor, unos lobos feroces, de pelaje oscuro y ojos amarillos como el fuego, permanecen alerta. Sus dientes afilados brillan a la luz de las calabazas podridas que arden, iluminando el cementerio con un resplandor siniestro. Las calabazas, con caras retorcidas y llenas de moho, emiten un humo denso y negro, llenando el aire con un olor nauseabundo. Las llamas se reflejan en los ojos de los lobos, que parecen compartir la energía oscura del lugar. Las brujas, en un círculo, susurran cánticos ancestrales, sus voces resonando como ecos de antiguas maldiciones. Con cada palabra, las llamas de las calabazas crecen, lanzando chispas que iluminan las sombras danzantes. Los lobos aúllan al unísono, como si fueran los guardianes de este ritual aterrador. A medida que las brujas invocan poderes oscuros, el aire se electrifica, y una risa siniestra se escapa de sus labios. Las sombras se alargan, y los espíritus atrapados en el cementerio parecen responder a su llamado, agitando las hojas secas y susurrando advertencias olvidadas. Este encuentro es una celebración de lo maligno, donde la oscuridad y la muerte se entrelazan, dejando una estela de terror en el aire.