A lo lejos, un castillo semiderruido se alza en el borde de un acantilado, sus muros cubiertos de raíces retorcidas y enredaderas marchitas. Las torres inclinadas desafiaban las leyes de la física, dando la impresión de que podrían colapsar en cualquier momento. La entrada principal, un portal gótico inmenso y cubierto de grabados de criaturas infernales, emite una luz tenue y parpadeante, como si algo en su interior es En medio de un pantano espeso y oscuro, un templo abandonado yace medio sumergido en aguas turbias. Sus columnas están talladas con figuras espeluznantes de rostros contorsionados, congelados en expresiones de dolor eterno. Unas escaleras que parecen no tener fin conducen a un interior envuelto en sombras, donde ecos de pasos y susurros inexplicables resuenan. En otro rincón, una catedral inmensa, hecha de obsidiana pulida, refleja débilmente el paisaje a su alrededor. Sus arcos están tan altos que parecen desaparecer en la penumbra, y las gárgolas que la decoran son grotescamente grandes, con ojos brillantes que parecen seguir a cualquiera que se acerque. Una campana, oxidada y rota, cuelga precariamente de una de las torres, emitiendo un eco metálico que no coincide con el movimiento del viento. El ambiente está impregnado de un frío constante, con brumas que se arrastran por el suelo, ocultando detalles y alimentando la sensación de incertidumbre. Los sonidos del entorno son inquietantes: crujidos lejanos, el susurro del viento y un latido sutil que parece venir de las mismas estructuras. Todo en este mundo arquitectónico parece diseñado no para acoger, sino para anunciar y repeler, contando historias de sufrimiento, poder oscuro y misterio sin resolver.